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Pescando con la muerte

Este reportaje documenta el contrabando y mercadeo de la bomba para pescar, además la falta de acción de las autoridades de Nicaragua.

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LA PRIMERA EXPLOTÓ EN FILIPINAS

Tras la Primera y Segunda Guerra Mundial, los pescadores de Filipinas comenzaron a utilizar los sobrantes de dinamita para pescar. La técnica, que se ha mantenido hasta nuestros días, consiste en dejar caer el explosivo en el mar para que los peces pequeños mueran, los trozos atraigan a peces más grandes, y los pescadores aprovechen para echar sus redes.

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Investigación y redacción
Maynor Eliezer Salazar

Producción multimedia
Néstor Arce
Maynor Eliezer Salazar

Videos
Néstor Arce
Óscar Navarrete

Edición de Videos
Néstor Arce

Fotografías
Óscar Navarrete
Jorge Torres
Archivos Grupo Editorial La Prensa

Diseño
Nadia Gutiérrez

Infografías
Jorge Moreno

Programación
Juan Álvarez

Coordinación
CONNECTAS

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La práctica tomó auge en 1960 y se extendió al resto del continente asiático. Un estudio realizado en 2002 por las autoridades de Filipinas, reflejó que este método de pesca destructiva había causado la degradación de alrededor del 70 por ciento de los arrecifes de coral y la reducción de la producción anual de la pesca en unos 177,500 toneladas métricas, en 1990.

Medio siglo después, en 2012, las autoridades declararon una guerra sin cuartel para las personas que usaran explosivos en el mar. Las charlas combinadas con las opciones de pesca y proyectos enfatizados en una pesca más conservadora, surgieron efecto en Filipinas, hasta el punto de reducir en gran medida el uso del explosivo en zonas como la isla de Apo, donde la actividad se practicaba constantemente.

En regiones pobres como Indonesia el drama se agrava. La actividad ha estado por más de 50 años y las pérdidas a medio plazo debido a la destrucción de las zonas pesqueras, se calculan en 8,500 millones de dólares, según informes de ese país. Se estima que en el mercado de Makassar (la ciudad más grande al este de este país), entre el 10 y el 40 por ciento de los peces son capturados con el uso de la bomba.

La historia se repite en las costas de África. En determinados puntos del mar Egeo, en el norte de Tanzania, por ejemplo, la pesca con explosivos redujo enormemente la cantidad de arrecifes de coral, y tiene bajo amenaza permanente el hábitat de los celacantos (peces de aletas lobuladas que se creían extintos).

Según www.fondear.org enciclopedia naútica de pesca y barcos, actualmente la pesca con bomba se realiza de forma clandestina en unos 30 países de Asia, Europa, África y América. Los países latinoamericanos que más estragos han causado al ecosistema marino son Honduras, El Salvador y Nicaragua, donde todavía no existen estudios de impacto sobre el uso de la bomba, a pesar de llevar más de 15 años destruyendo el ecosistema marítimo.

Fabio Buitrago, ecólogo y músico. LAPRENSA/ARCHIVO
Fabio Buitrago, ecólogo y músico. LAPRENSA/ARCHIVO
NICARAGUA, UN CUARTO DE SIGLO

Fabio Buitrago, ecólogo y conservacionista, es una de los pocos que ha estado inmerso en el tema de la pesca con bombas en Nicaragua y una de las voces autorizadas para hablar sobre el fenómeno. Los viajes que realizó a lo largo de su programa televisivo “Nicaragua Salvaje”, así como las investigaciones de campo en las principales zonas costeras del país, le permitieron confirmar cuál fue la primera región donde la bomba tocó tierra, o agua.

“Una fecha exacta no existe, pero a finales de 1990 existieron reportes sobre el uso de la bomba en diferentes zonas del Caribe, en este lugar, la práctica no prosperó aunque desconocemos las razones”, explica Buitrago.

Donde sí prosperó la práctica fue en El Salvador. Los pescadores después de arrasar con sus ecosistemas navegaron hacia el sur de Guatemala, el Golfo de Fonseca y al norte de Nicaragua para realizar los primeros experimentos con la bomba y percibir ganancias que no podían conseguir en su territorio.

A inicios del año 2000 la pesca con explosivos empezó a notarse en algunas comunidades del pacífico de Nicaragua, en pueblos del departamento de Chinandega como Jiquilillo, Padre Ramos, Los Zorros, y la zona del Golfo de Fonseca, áreas donde se comparte mar territorial con Honduras y El Salvador.

“La práctica resultó interesante para los pescadores de Nicaragua porque era una forma rápida y fácil de conseguir los peces, y el despliegue de la bomba fue voraz”, afirma el ecólogo.

Comenzó en Jiquilillo, Padre Ramos y Potosí; después en Paso Caballos, luego a Acerradores y Morazán en menor cantidad. Emigró lentamente hacia el sur del país. Llegó a Poneloya y El Tránsito, en León. Continuó por Masachapa y Pochomil, en Managua, para después llegar a Casares y La Boquita, en Carazo. “Aquí ya estamos hablando del año 2007, cuando se comenzaba a pescar en grandes cantidades con explosivos”, agrega.

Una vez que el uso de la bomba se hizo una “tradición” en los departamentos de Chinandega, León, Managua y Carazo, los bancos de pesca comenzaron a disminuir rápidamente, los pescadores tenían que ir cada vez más lejos, y por factores de ahorro, menos gastos en gasolina y más comodidad, decidieron avanzar hacia el sur, en Rivas, departamento fronterizo con Costa Rica.

“En el año 2012, esta gente se movió hacia el sur, a zonas como Pie de Gigante y San Juan del Sur. Los pescadores de Rivas observaron faenando a pescadores de Maschapa y Casares, y hubo sentimientos encontrados. Por un lado, unos no querían perder sus bancos de pesca por el uso de la bomba y para otros, la idea resultaba tentadora. Al final se logró un consenso para prohibir la entrada de personas con lanchas que no fueran del municipio”, continúa Buitrago.

El hecho de que la bomba no entrara con fuerza en esta zona del pacífico sur de Nicaragua tuvo que ver con algunas actividades que se hicieron con pescadores de la zona, con el objetivo de crear una barrera o límite a este práctica nociva, explica Iván Ramírez, biólogo y especialista en manejo de biodiversidad, quien fue coordinador del Proyecto Formación de Capacidades para la Conservación Marina Participativa de la Fundación Nicaragüense Para el Desarrollo Sostenible (Fundenic).

Para Ramírez, la conciencia que se logró en esas visitas, pudo más que las ganas de hacer una pesca rápida. La gente tomó conciencia de que esa práctica iba a terminar con los recursos naturales de una de las zonas turísticas que recibe el mayor flujo de visitas de extranjeros a nivel nacional.

“Tuvimos una experiencia muy buena con los pescadores de El Gigante, ellos vieron tortugas muertas y peces mutilados, y de inmediato la comunidad se organizó. Llamaron a la Naval, a la alcaldía y expulsaron a los pescadores que estaban llegando desde Masachapa. Esa fue la mejor prueba de lo positivo que era generar conciencia entre los pescadores”, relata Ramírez.

Esta barrera que se creó en el sur de Nicaragua también se consiguió en la zona del Golfo de Fonseca y Potosí, pero no por capacitaciones. Según Buitrago, por tratarse de una zona fronteriza donde hay un gran flujo de recursos, estos dos puntos son vigilados con rigurosidad por la Fuerza Naval.

Usar una bomba en estas costas, significa tener a las autoridades encima en menos de tres minutos, y el poco gasto en cuestión de combustibles para las lanchas, facilita el patrullaje continuo de la Fuerza Naval. Los bancos de pesca en ambos extremos pueden respirar en paz, por el momento, no así el resto de la franja de las costas del océano pacífico de Nicaragua, que en los últimos años, han sufrido los embates de la destrucción de arrecifes, especies como el pargo, delfin moteado, tiburones, además de langostas y demás microorganismos que subsisten en el mar.

AGONÍA EN ALTAMAR

La noche está por caer en el barrio Los Pescadores, un kilómetro al este de la Alcaldía de Corinto, en Chinandega. Aquí pescar con bombas ya es una costumbre. En la costa los hombres se preparan para salir a una nueva faena, pero todos van con la negatividad que les ha permeado desde hace seis meses. Durante ese tiempo la pesca ha estado mala, hay días que regresan con deudas por no pescar lo necesario para recuperar lo invertido en combustible. Pero hoy confían en que la noche y la claridad de la luna no les afecte. No quieren regresar a sus casas sin dinero.

Francisco Hernández, un pescador de 41 años, está cerca del acopio El Cardúm. Está subiendo los baldes donde lleva la carnada para la faena y nos recibe con desconfianza. Para él no es común dar entrevistas a medios de comunicación, tampoco hablar sobre el tema de la pesca con bombas, incluso, asegura que de pesca con bombas él “no sabe nada”. Lo que sí sabe es que cada vez hay menos peces.

“De diez años para acá el pargo ha disminuido, pero yo digo que eso es normal. Ideay, las cosas se tienen que acabar algún día. En todo el sector del pacífico hay mil lanchas y debe ser por eso”, razona con tranquilidad.

Francisco ignora, o por lo menos es lo que quiere hacer creer, que la pesca ha mermado por el excesivo uso de trasmallos, la pesca fuera de tallas y el uso de las bombas. Diminutos explosivos que se han encargado de destruir arrecifes y ecosistemas marinos.

La tónica es la misma en otras zonas de Chinandega, León, Managua y Carazo. Los bancos de pesca están acabándose. Cuando dejan caer bombas en el mar, el impacto es letal, de por lo menos 200 metros a lo ancho y un poco más de 200 de fondo y cien de profundidad.

“Es un alcance aproximado de 500 metros y con eso no solo matás a los peces pequeños que ocupan los pescadores para atrapar las especies más grandes, también afectas indirectamente a delfines, ballenas, tiburones y tortugas”, advierte el ecólogo Fabio Buitrago, quien lleva años denunciando el problema ante las autoridades gubernamentales.

En Nicaragua la técnica de pesca con bombas consiste en atraer las larvas con luces. Al poco tiempo las sardinas llegan a comérselas y es en ese momento cuando dejan caer la bomba en el mar. Los trozos de sardinas atraen a peces más grandes y ahí se echan las redes para sacar cuantas especies puedan.

Pero ahora ir con bombas al mar ya no es garantía de buena pesca. Después de tanto tiempo “haciendo explotar el mar”, la productividad ha bajado. Si antes los pescadores iban 5 kilómetros mar adentro, ahora deben recorrer distancias de más de 30 kilómetros.

Los pescadores cada vez son más conscientes del daño que le están haciendo al ecosistema. “Aquí antes había bastante pescado, ahora casi no hay”, dice Manuel Cruz, pescador de Masachapa.

Esa sensación de que los peces se están acabando es generalizada, pero a muchos no les gusta reconocerlo. Los que sí lo hacen cuentan con pesar como ahora deben ir más mar adentro para sacar “algo”, y en su desesperación por no regresar con las manos vacías hasta han invadido aguas de otros municipios, como Rivas.

En septiembre del 2013, pescadores de Masachapa llegaron a San Juan del Sur y comenzaron a utilizar explosivos. Como resultado: cientos de tortugas aparecieron muertas a lo largo de la costa del Pacífico. “Cuando una bomba explota afecta los órganos sensoriales de las demás especies, los aturde y las deja vulnerables”, expresa Iván Ramírez, biólogo y especialista en biodiversidad.

Para los biólogos marinos la pesca con dinamita representa la peor amenaza al ecosistema coralino, pues convierte los arrecifes en escombreras muertas. Después de una explosión submarina en el arrecife de coral, se necesitarán entre 5 y 10 años para su recuperación, pero un bombardeo reiterado, como es el caso en Nicaragua, produce una destrucción definitiva del hábitat submarino.

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LA BOMBA NUESTRA DE CADA DÍA

Es viernes y la mañana recién acaba de comenzar para los dos jóvenes que elaboran explosivos, de esos que se venden para alegrar las fiestas patronales y actividades religiosas en Nicaragua. En Chinandega existen muchos talleres de pólvora, pero este tiene una particularidad, aquí las fabrican y ellos mismos las destruyen.

Marcio Rodríguez, alto, moreno y con más de quince años de experiencia elaborando juegos artificiales, es el encargado de destruir las bombas. Tiene 28 años de edad y desde hace cinco apoya a la Policía Nacional destruyendo las bombas para pescar que se incautan.

Basado en su experiencia, Marcio explica que se necesitan nueve componentes para elaborar una bomba para pescar: “Alambre galvanizado, papel de cemento, una revuelta (compuesta por azúcar, azufre y clorato de potasio) y un fulminante que activa la bomba. El fulminante va por dentro, en una capsula de otra revuelta (azufre, clorato y aluminio)… la mecha es el noveno elemento, es la que activa la cápsula y de la que va a depender el grado de expansión que tiene el explosivo dentro del agua”, explica Marcio.

En el taller, Marcio está de responsable momentáneamente, pero dentro de poco su padre, el dueño de la fábrica de explosivos, regresará y seguir conversando sobre el tema será complicado. El muchacho lo sabe y se apresura con su explicación, “los componentes de la bomba no tienen precios altos, conseguirlos tampoco es difícil. Los venden en León, empresas de Managua, solo por mencionar, la libra de clorato anda por los 60 córdobas, la de aluminio 160, el papel lo podés conseguir en una bloquera; el alambre galvanizado, 32 pesos la libra; la mecha está elaborada de pajilla y un material que se llama mixto”, detalla.

El tiempo se agotó, el papá de Marcio regresó y no puede hablar más. Lo último que logra decirnos es que las bombas se fabrican también en las zonas costeras del pacífico y que es un negocio redondo donde las ganancias superan por el doble a la inversión realizada.

“Las personas que elaboran y distribuyen ganan bastante plata, si te salen cien bombas de una mezcla y cada una vale 30 córdobas, solo por ponerte un ejemplo, ahí tenés 3,000 córdobas y si le restas los 800 que gastaste en hacerla, en un día fácilmente ganás 2,200 córdobas”, dice el joven fabricante.

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LA CORRUPCIÓN DETRÁS DE LA NAVAL

Padre Ramos es una comunidad que está situada en el municipio de El Viejo, Chinandega. A 30 kilómetros del centro de la ciudad, es un Área Protegida, Reserva Natural por decreto del Ministerio del Ambiente y los Recursos Naturales (No 13.23 del 8 de agosto de septiembre de 1983).

Pese a tener este título, Padre Ramos es una de las zonas donde empezó el uso de la pesca con bombas y actualmente parte de su biodiversidad marina está por desaparecer. Cada vez se encuentran menos especies principales como pargo rojo (Lutjanus colorado), Curvina (Bairdiella armata) y Tiburón (Carcharinus sp).

Es de noche y en Padre Ramos la energía eléctrica llega con poca intensidad. Una luz tenue deja ver una pequeña cabaña ubicada a unos 200 metros de la costa. Adentro se observa una mesa de plástico y una silla de madera donde descansa “El Pofi” (a quien llamaremos así por su seguridad). Es un tipo flaco, con varios tatuajes en sus brazos y una gorra que le cubre un poco la cara. Saluda con timidez, pero muy atento a los detalles.

Francisco López, el contacto que nos llevó hasta “El Pofi”, introduce la razón de la visita y de la necesidad de su presencia en la cabaña.

—Nuestro amigo quiere pedirte un favor. Que consigás bombas, de las que usás. En Potosí (otra localidad de Chinandega) no la venden, y quiere ganar más dinero, vos sabés que la bomba ayuda mucho con los pargos— explica Francisco.

—Sí, yo sé que la cosa está mala ahí, ya he ido varias veces y es duro pescar con bombas porque te cae la Marina, pero bueno, ¿cuántas querés?— responde “El Pofi”.

Cuando “El Pofi” escucha sobre la petición de conseguir bombas, adopta una postura de mayor tranquilidad y no le parece un gran problema conseguir 15 para la mañana siguiente. A medida que avanzan los minutos, ríe con más facilidad y destapa de a poco el negocio redondo que plaga a todo Padre Ramos. Uno que supuestamente involucra al teniente Marlon Almanza, responsable del puesto de la Fuerza Naval en el sitio.

—A primera hora estoy aquí con las bombas, valen 18 córdobas cada una, así que me vas a dar 270. Se las voy a ir a pedir a El Negro Toyano, él las vende en su casa, y tranquilo que le voy a decir que son para mí— expresa “El Pofi”.

Después de dos horas de plática, “El Pofi” siente que nos conocemos de toda una vida, habla sobre la cantidad de oportunidades que ha sido infiel a su mujer y de su viaje a Guatemala, donde pasó hambre y sed, hace cinco años. “Me regresé porque era peligroso, chiva, y mejor me vine a seguir pescando. Aquí tengo el dinero fijo y no me falta nada”, afirma.

—Pues sí, aquí si estás mejor. Además, tenés buena pesca, la bomba te ayuda, ¿no?— le pregunto.

“El Pofi” duda en responder, parece serio a momentos, pero cambia el gesto y sonríe. Mira a los lados y luego recuerda y me cuenta, aquella primera vez que el teniente Almanza llegó a Padre Ramos y cómo todos los pescadores temieron no poder seguir usando bombas para pescar.

“¡Vino bravo, pero bravo, bravo! Revisando lanchas, negando zarpes, para qué, pero vino bravo, bravo… ya después fue que lo agarraron los pescadores. Un día en la mañana le ofrecieron un pargo grande, de los más pesados y cuando lo tenía en sus manos, clic-clic, le tomaron una foto, así lo agarraron”, recuerda como gran hazaña “El Pofi”.

Bajo el supuesto temor por la prueba de la fotografía, el teniente Almanza presuntamente logró un arreglo con los lancheros de Padre Ramos, Jiquilillo y Los Zorros. Según “El Pofi”, él les permitiría seguir usando bombas para pescar y a cambio cada uno de ellos le entregarían un pargo por embarcación, pero no cualquier pargo, el más grande, uno que pesara por lo menos cinco libras.

“Él ahora manda a recoger la coima con unos muchachitos de diez y trece años, y cuando se va porque lo mandan de vacaciones, él nos llama para que no pesquemos con la bomba porque la gente que llega hacer el relevo sí es brava, igual, cuando estamos mar adentro y anda patrullando una lancha de Corinto, nos llama al celular y nos avisa para que estemos chiva”, confiesa “El Pofi”.

Todos los pescadores en Padre Ramos saben sobre las coimas que se otorgan al teniente Almanza. Los que fueron entrevistados lo aseguraron, pero bajo la condición de no revelar su nombre. Entre Jiquilillo, Padre Ramos y los Zorros, existen alrededor de 70 lanchas registradas en la municipalidad de El Viejo, Chinandega, según confirmó Jimmy González, funcionario del Ministerio del Ambiente y los Recursos Naturales (Marena) en ese municipio.

En una semana, el teniente Almanza fácilmente puede obtener 350 libras de pargo rojo, que se traducen en un total de 19,600 córdobas, dinero que según “El Pofi”, se reparte junto a sus tres subordinados. “Qué me decís… un pargo de cinco libras por lancha y a 40 pesos la libra, sacale pluma”, ironiza.

En efecto, las 70 lanchas representan los 70 pargos diarios de cinco libra cada uno. Si cada libra tiene un costo de 40 córdobas, el total es de 2,800 córdobas. Si a esto le multiplicamos los 30 días del mes, obtenemos 84 mil córdobas (U$3,230). “Y si viene otro marino, le hacemos la vida imposible y hacemos que regrese Almanza”, confiesa “El Pofi”.

NERVIOS Y EXCUSAS

El teniente Marlon Almanza es el reponsable de la base de la Fuerza Naval en Padre Ramos. Con previa autorización y recomendación del capitán de corbeta Julio César Zapata, jefe de operaciones y planes del Distrito Naval del Pacífico, llegamos a sus oficinas ubicadas en la bocana de Padre Ramos.

El lugar está cobijado por el verde de los árboles, cuatro perros flanquean el terreno y solo cesan sus ladridos hasta que un guardia del puesto de operaciones nos abre el portón para esperar al teniente Almanza. Son las 7:30 de la mañana.

“El teniente está patrullando y va a regresar hasta las nueve, ya lo llamé, así que si quieren espérenlo”, explica otro guardia que sale de la base.

La espera se prolonga hasta las 9:30 de la mañana y el teniente Almanza aparece cinco minutos más tarde. Su rostro denota nervio, y nada más saludar, dice de forma tajante que no puede dar ninguna entrevista sin la autorización de su superior. Toma el celular y realiza varias llamadas, incluso al capitán Zapata;y luego, más tranquilo, suelta una frase. “No puedo atenderlos, lo siento, tengo responsabilidades y no estoy autorizado, ustedes saben como es esto”.

En Chinandega, León, Managua y Carazo, las bombas ingresaban por tierra a través de buses o carros particulares. Esa era la mecánica hasta que en el 2010 la Policía Nacional de estos departamentos comenzó a realizar retenes para revisar a los pasajeros. Después de tres años de trabajo la Policía registró el decomiso de 850 bombas, solo en León y Chinandega.

Amenazados por los retenes policiales, los pescadores decidieron popularizar la elaboración del explosivo en las zonas costeras, de esta forma no habría peligro de que no llegaran a sus manos y el costo sería más bajo.

“La elaboración de bombas empezó en Chinandega, gente de Jiquilillo, Padre Ramos, y ahora encontrás fabricantes en todo el pacífico. Te vas a las zonas y todo el mundo sabe, incluso la misma Fuerza Naval, pero nadie los denuncia porque quienes las elaboran son familiares de pescadores”, explica Fabio Buitrago, ecólogo y conservacionista.

En Padre Ramos un hombre fuerte en el negocio de las bombas es el “Negro Toyano”, un hombre tan poderoso y temido que hasta los vecinos niegan conocer. Sin embargo, “El Pofi”, Francisco y otro pescador a quien llamaremos “Raúl”, también por motivos de seguridad, confirman lo contrario.

Francisco, el nexo que nos permitió llegar hacia “El Pofi”, sabe del negocio pero teme denunciar a las autoridades el ilícito porque considera que también reciben un “impuesto” para no actuar en tierra; y “Raúl” afirma que “la bomba la elaboran donde Toyano, ahí la llegan a comprar, ahí la hacen, ahí hay dinero”.

El costo de cada bomba es de 18 córdobas. Según “El Pofi”, cada lancha lleva por lo menos 60 bombas diarias. El distribuidor del explosivo se encarga de abastecer de unas 4,200 bombas diariamente, a los pescadores de Padre Ramos, Jiquilillo y Los Zorros. El negocio es redondo, hablamos de 75,600 córdobas al día (U$2,907). Toyano, es de los tipos más poderosos del sector, no en vano hasta su propia esposa evita decir su verdadero nombre y prefiere decir que no está, cada vez que un extraño pregunta por él.

Cuando ocurren los cambios de guardia en Padre Ramos, los pescadores idean estrategias para llevar las bombas sin que la Fuerza Naval pueda encontrarlas en las requisas antes de zarpar.

Algunos pagan un servicio express que consiste en ir al mar sin el explosivo, pero llaman al distribuidor para que una lancha rápida entregue pedidos en altamar. Los costos de la bomba suben de C$18 a C$30, pero la transacción es un éxito y la destrucción continúa.

Para los pescadores la bomba es el pan de cada día y escucharlas estallar en altamar es normal. Identificar a quienes la usan es fácil, según Ramiro Cruz, también pescador. Basta con saber la cantidad de pescado que traen a la costa por las mañanas, si tienen más de 300 libras, es señal de que bombardearon el mar en la madrugada.

“Están acostumbrados a ganar dos mil o tres mil córdobas por noche, no les gusta ganar 200 pesos, pero eso es ser ambicioso… va a llegar un momento en el que no vamos a tener como sacar peces”, razona el pescador de 26 años, quien agrega que adentro (en altamar), es imposible no ver a los demás usando el explosivo.

La ambición de la cuál habla Ramiro, tiene que ver con la cantidad de peces que obtienen los pescadores que usan la bomba. Una noche de pesca sin bombas pero de buena faena, puede darle a una tripulación de seis personas, poco más de 200 libras, entre pargos, ureles y cola amarilla. Después de deducir el combustible, cena y en algunos casos la carnada, cada persona recibe alrededor de 750 córdobas (US$28.8).

Usando el explosivo, las ganancias se disparan, y con suerte pueden obtener hasta 500 libras, esta vez, de pargo. Reduciendo los gastos ante mencionados, fácilmente cada pescador recibe por lo menos tres mil córdobas. Para ellos, dinero fácil.

Ya es de noche en Padre Ramos. Ramiro se alista para salir a pescar y escuchar lo de siempre, estallidos. Está resignado a sobrevivir en medio de la destrucción “al final cada quien trabaja como puede, ellos con su bombas y yo con la forma tradicional”.

MARCADOS POR SU DECISIÓN

Los daños de la pesca con bomba al ecosistema marino son nefastos. La pesca es cada vez más escasa y muchas especies ya están desapareciendo, pero esta no es la única preocupación. Desde inicios del año 2000, cuando la práctica se extendió en Nicaragua, pescadores de León, Chinandega, Managua y Carazo comenzaron a sufrir mutilaciones por el uso de la bomba.

A nivel nacional no existe una estadística que exponga la cantidad de mutilados por esta causa, pero en la medida que se visitan las comunidades pesqueras, las historias parecen multiplicarse. Todos los que han tenido incidentes con el explosivos, al llegar al hospital más cercano, brindan otra versión del cómo se quemaron, pues temen que las autoridades policiales abran un proceso en contra de ellos.

En un recorrido realizado en comunidades pesqueras de Casares y La Boquita, en Carazo, salen a la luz por lo menos tres casos de pescadores mutilados. En las playas de Poneloya y El Tránsito, en León, la cifra es de cuatro. En Pochomil y Masachapa, en Managua, cinco más; y finalmente en Jiquilillo, Padre Ramos, Mechapa, Acerradores, en Chinandega, más de cinco pescadores han quedado sin dedos o una mano.

Las razones van desde no lograr soltar la bomba a tiempo, pues algunas salen falladas y estallan rápidamente, o porque la mecha es muy corta. Después de ocurrido el accidente, son pocos los que han hablado abiertamente sobre cómo perdieron sus miembros.

Rufino Alvarado, de la localidad de Padre Ramos, Chinandega, y Lesther Trejos, de Masachapa, Managua, son las excepciones. Ellos no solo cuentan su historia, también se muestran como ejemplos, para que otros pescadores dejen de usar el explosivo y hagan conciencia. Estas son sus historias.

CIEGOS, SORDOS PERO NO MUDOS

En el año 2006 el Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales (Marena), emitió un comunicado que en uno de sus párrafos decía: “La biodiversidad marina o costera de Nicaragua se encuentra amenazada por actividades que siguen ocurriendo, como la pesca sin criterios ecológicos que no permiten sostenibilidad (…) como la pesca con bombas”.

La pesca con bombas que inicialmente se realizaba solo en playas salvadoreñas, pero se iba convirtiendo una costumbre en las costas de Chinandega, León, Managua y Carazo, en Nicaragua.

Ocho años han pasado desde aquel comunicado y la advertencia quedó solo en papel. No existe una coordinación entre el Marena, el Instituto Nicaragüense de Pesca y Acuicultura (Inpesca), Alcaldías, Policía Nacional o Fuerza Naval. Basta con navegar las costas del pacífico de Nicaragua por las noches, para escuchar los estallidos.

El capitán de corbeta Julio César Zapata, jefe de operaciones y planes del Distrito Naval del Pacífico, nos recibe en la sala de reuniones que tiene la capitanía de Corinto. Explica que cuentan con el personal suficiente para hacer frente al problema de la pesca con bombas, y se muestra optimista sobre el control de la pesca con bombas. Sin embargo, su postura cambia a medida que la entrevista se desarrolla.

La Fuerza Naval del Ejército de Nicaragua patrulla las costas del pacífico nicaragüense para evitar el uso de explosivos en la pesca. LAPRENSA/ARCHIVO
La Fuerza Naval del Ejército de Nicaragua patrulla las costas del pacífico nicaragüense para evitar el uso de explosivos en la pesca. LAPRENSA/ARCHIVO

—¿Con cuántas personas cuenta para patrullar las costas de Corinto?

—En Corinto tenemos un componente de 15 a 20 efectivos, constantemente están cumpliendo con las actividades de sondeo de embarcaciones— expresa con orgullo el capitán Zapata.

—¿Y de cuánto es la cobertura a nivel del pacífico?

—Total, desde el pacífico sur, Bahía de Salinas, hasta la parte norte de Golfo de Fonseca. Tenemos lo suficiente, capaz para atender diferentes situaciones de desastres y actividades ilícitas— responde con poca certeza.

—¿Pero cuál es el dato exacto, de cuántos hombres hablamos?

“Es que te insisto, tenemos un completo tendido territorial que cumple con expectativas que cumplen con las necesidades y atención de la flota pesquera”, dice el capitán Zapata.

El capitán reconoce que desde hace dos años la pesca con bomba ha tomado más auge, y pese al gran esfuerzo que realizan por controlar las embarcaciones, es consciente de que los pescadores siempre van a buscar la facilidad.

“Es una situación en la que el pescador con el afán de obtener ganancias, usa ese arte de pesca. No es lo mismo que un pescador se tire doce horas pescando con cuerda para sacar cien libras, que uno que tira bombas para obtener 300 libras. En nuestros recorridos hemos encontrado de mil a 1,500 bombas, pero todas en las costas, porque ellos se deshacen en cuanto detectan nuestra presencia”, refiere Zapata.

El trabajo para la Fuerza Naval en el mar es complicado, pese a tener “un tendido necesario”. La actividad no se frena y los pescadores siguen en lo mismo. “Para resolver el problema hay que sensibilizar al pescador, insistir que el pescado que tienen hoy, en término de 3 años no lo van a tener”, continúa el capitán Zapata.

—¿Se han hecho alianzas con el gobierno y demás autoridades para frenar el ilícito y darles otras opciones económicas a los pescadores?

—Nosotros hacemos un gran esfuerzo y actividades con el objetivo de contrarrestar a los tiradores de bombas, hacemos resguardo, patrullajes, protección al medio ambiente y lucha contra el narcotráfico, enumera Zapata.

LA OTRA CARA DEL MAR

Si el trabajo para la Fuerza Naval en el océano es difícil, en tierra la Policía Nacional presenta un modelo de trabajo efectivo, seguro, que trabaja en conjunto con los pobladores. En definitiva, una salida al problema, o por lo menos, es lo que menciona el comisionado Ali Boanerges Espinoza, jefe de la Policía municipal de El Viejo, Chinandega.

La oficina del comisionado Espinoza está desordenada, pero él acomoda los papeles para que ante las cámaras luzca más presentable. Su discurso es similar al del capitán Zapata: trabajan, hacen su mayor esfuerzo y tienen coordinaciones con las demás instituciones. El mensaje es “tenemos todo bajo control”.

Comisionado Ali Boanerges Espinoza, jefe de la Policía municipal de El Viejo, Chinandega. LAPRENSA/ÓSCAR NAVARRETE
Comisionado Ali Boanerges Espinoza, jefe de la Policía municipal de El Viejo, Chinandega. LAPRENSA/ÓSCAR NAVARRETE

La orientación de parte del gobierno para la Policía Nacional en las zonas costeras es la misma: Hacer retenes en carreteras que van hacia las costas y detener el avance de la bomba que es transportada en vehículos o buses. También trabajar de la mano con los pobladores de las zonas costeras y lograr desarticular expendios.

La Policía Nacional conoce de los expendios de bombas. Pero hasta el momento no han logrado desarticular ni uno solo. “Algunos están en el sector de Mechapa, Jiquilillo, Padre Ramos, Los Zorros. León es el principal proveedor en algunos casos, los elementos que hemos enjuiciado y capturado en vehículos particulares, dicen que son de ese lugar, ellos en algún momento traen el producto hacia las costas”, refiere el comisionado Espinoza.

La autoridad policial reconoce que la poca efectividad en esos lugares se debe a la falta de personal que tienen a su disposición. “Tenemos 37 efectivos en El Viejo, pero no damos abasto. Hacemos lo justo y necesario y lo humanamente posible para tener buena cobertura. Sabemos que necesitamos más gente, pero estamos haciendo un esfuerzo… el personal necesario sería de 80 compañeros”, reconoce Espinoza.

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ESFUERZOS SIN FONDOS

La Fuerza Naval y La Policía Nacional aseguran que esfuerzos existen y que las alianzas entre las instituciones son las mejores. Sin embargo, Inpesca y Marena han admitido que no existe tal coordinación, lo que sí hay son capacitaciones pero esto no es suficiente.

Felipe Antonio Molina, inspector de Inpesca en Corinto, es de los que afirman que no existe un plan ni una coordinación como quieren hacer ver la Naval y la Policía.

“Se ha tratado de formar uniones, pero realmente, como es un mal que viene desde años atrás, ha dificultado el que no podamos coordinarnos para ejecutar una acción conjunta. Falta la beligerancia de las demás instituciones”, confiesa el inspector Molina.

Leonel Martínez Serrano, inspector de Inpesca de Chinandega y responsable de supervisar y capacitar a los trabajadores de los municipios de Corinto, El Realejo y El Viejo, es la mejor prueba de que las instituciones del Estado trabajan con un personal insuficiente, pues realiza el trabajo que debería hacer en conjunto con tres personas más.

“Nosotros sabemos que las capacitaciones no tienen resultados a lo inmediato, pero es a mediano y largo plazo que se verán frutos, porque hacemos énfasis en los niños, hijos de pescadores, que aman la naturaleza y están conscientes que si sus padres actúan de esa forma, en un futuro perecerían ellos mismos”, explica Martínez sobre el trabajo de las charlas.

El mediano plazo al que se refiere es de tres años, tiempo en el que según Fabio Buitrago, ecólogo y conservacionista, el ecosistema marino estará en decadencia.

Las campañas de concientización empiezan en las escuelas, después en los barrios, pero el panorama no es el mejor. Las autoridades municipales y departamentales saben del problema que se viene, pero sus esfuerzos se quedan cortos. Un “beneficio” ha sido subsidiar el 70 por ciento del combustible que usan los pescadores, lo que al final ha sido una cortina de humo, pues terminan reduciendo costos y continúan usando bombas.

“Nuestra preocupación es que se está volviendo una cultura, porque padres enseñan a los hijos y se nos va a volver como el problema de la basura, que pasamos hablando y hablando, pero el problema persiste”, reflexiona Jimmy González, funcionario de Marena en El Viejo, Chinandega.

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