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De niño mi mamá me despertaba temprano porque debíamos ir a misa y siempre me impactaba recordar en Semana Santa la crucifixión de Jesús. Estaba empezando a sembrar la semilla que terminaría germinando y me convertiría en lo que soy ahora. Eran otros tiempos en aquellas calles de Granada, pero la fe siempre ha sido la misma. Como católico y sobre todo, creyente de Dios, sentí un profundo dolor cuando vi los videos y leí la noticia de la explosión y destrucción de la imagen de la Sangre de Cristo, llegada a Nicaragua hace 382 años. El corazón se me arrugó y aunque el mensaje es claro, porque quieren intimidarnos, arrinconarnos, que perdamos la paciencia y actuemos como son ellos, debemos saber que la batalla en el país ya está marcada: es entre el bien y el mal.
Lo dijo el cardenal Leopoldo Brenes con valentía y sobre todo, colocando la verdad por delante: “Esto fue un acto de terrorismo”. Yo también lo creo y me da lástima cómo instituciones, en este caso la Policía Nacional, se ha convertido en un instrumento contra el pueblo atribuyendo todo a un atomizador y, otra persona de alto poder, diciendo que lo ocurrido fue producto de una veladora. Con su investigación se burlan de la gente y lo que es más grave, también de Dios. Me siento muy molesto por la blasfemia y sacrilegio a nuestra religión. Sin embargo, todo ese dolor provocado se regresará como un boomerang. El nicaragüense está llegando a su tope. En la lucha del bien contra el mal, siempre el que tiene al lado a Dios prevalece.
Y no se trata de responder de la misma manera. Ya lo dijo Gandhi: “Ojo por ojo y el mundo quedará ciego”, sino que debemos probarnos a nosotros mismos que estamos más unidos que nunca en oración con Dios y entre hermanos. También deseo que otras religiones demuestren su apoyo porque no atacaron a una iglesia ni una imagen, sino a Dios, en el que todos creemos. Debemos mantener la calma, no caer en las tentaciones del demonio porque eso es lo que pretende: ver el mundo arder. Quiere envolvernos en su juego sucio en donde es sangre por sangre y se alimenta del sufrimiento de un pueblo dividido.
Cuando niño no entendía el dolor de los clavos en sus manos y pies; el martirio de las espinas en su cabeza y el ardor de los latigazos en su espalda. Resistió, no se quejó y dejó un legado al mundo. Y aunque pareciera a veces que en Nicaragua se vive una crucifixión, el pueblo ha demostrado una respuesta cívica increíble. Tal vez no resucitaremos en tres días, pero más temprano que tarde sucederá.